La música en México en el siglo XX

en el siglo XX

Es muy fácil entender que la música en el siglo XX, fue producto de la unión de dos culturas: la aborigen y la europea. Como el acervo indígena fue considerablemente destruido para imponer la religión cristiana, las ideas políticas y las costumbres sociales de los conquistadores, poco o nada fue lo que pudo conservarse del repertorio precolombino. En cambio, la producción extranjera vino desde los primeros momentos, y siguió llegando e influyendo los gustos de las comarcas colonizadas hasta su independencia y, después, prácticamente, hasta la fecha.

De España, Italia, Francia, y directa o indirectamente también del Africa y del Medio Oriente, fueron llegando a México esquemas musicales y fórmulas melódicas que, en su conjunto, dieron lugar a la integración de un gran repertorio. Por lo que hace a la llamada música culta, el cartabón europeo prevaleció hasta bien entrado el siglo XX, y de hecho subsiste, pero ya no como norma a cumplir, sino como elemento informativo y enriquecedor.

A fines del siglo XIX, compositores de la talla del duranguense Ricardo Castro (1864-1907) todavía estaban muy atentos a las modas del Viejo Mundo y hacían lo mismo que el poeta de la misma época, Manuel Gutiérrez Nájera,  quien “ponía ideas francesas en versos españoles”.

En el Siglo XX
En el siglo XX

La generación inmediata, cuyo líder indiscutible es Manuel M. Ponce (1868-1948), tiene ya otras inquietudes. Aunque formado en Europa, alumno del compositor francés Paul Dukas, este autor zacatecano supo ir encontrado, en la tradición provinciana, elementos para  dar curso a una incipiente valoración de lo nacional.

Más tarde Carlos Chávez (1899-1978), Silvestre Revueltas (1899-1940), José Rolón (1883-1945), José Pablo Moncayo (1912-1958), Blas Galindo (1910-1993)    y otros formaron una pléyade con Chávez como un  jefe impulsor, pero al mismo tiempo absorbente, de modo que el grupo se convirtió en un sistema solar con sus planetas. El nacionalismo musical surgió con la misma fuerza que habían tenido en la pintura Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros.

De allí para acá surgen cambios y hay positivas evoluciones. La guerra civil española, con su secuela de exiliados, produjo para México una de las mayores fecundaciones culturales de su historia. Cernuda y Garfias en la poesía; el filósofo José Gaos; el cineasta Luis Buñuel, fueron algunos de los muchos intelectuales que con su obra y su enseñanza abrieron derroteros a las nuevas generaciones mexicanas. En música, Adolfo Salazar, Jesús Bal y Gay, Baltasar Samper, y sobre todo Rodolfo Halffter, mostraron caminos válidos a la juventud estudiosa. Con el nacionalismo hispano de Manuel de Falla y la vanguardia dodecafónica de Arnold Schoenberg, Halffter hizo música, pero también escuela musical.

Con algunos exponentes de la independencia estética, como Miguel Bernal Jiménez (1910-1956) y Carlos Jiménez Mabarak (1916-1994), que siguieron sus propios dictados sin apartarse del contexto de la música nacional, en términos generales los compositores de las últimas hornadas son de algún modo herederos de  la mística de Chávez y la técnica de Halffter. De los compositores cuyas edades andan entre los cuarenta y los sesenta años, hay algunos afliados a una u otra escuela. Hay otros que no siguen ninguna.

La Obertura de Carlos Jiménez Mabarak (1916-1994), como dice el musicólogo Aurelio Tello, “está elaborada en un ámbito fuertemente tonal, de definidos acentos cromáticos y en el que se imponen una suma de acordes de novena en diversas disposiciones”. El nombre de Jiménez Mabarak comenzó a escucharse en 1947, a raíz de sus baladas de Pájaro y las doncellas y Del venado y la Luna, convertidas en obras coreográficas de la vanguardia de la época. Otras obras importantes son el Concierto para piano y percusiones y la Sinfonía en un movimiento.

Armando Lavalle (1924-1994) fue un hombre que permaneció en la penumbra de la modestia, pero es cada día más apreciado por sus obras donde sobresalen, además del Adagio, una de sus primeras partituras, concebida dentro de la más ortodoxa dodecafonía, los conciertos para viola y para clarinete y orquesta; la Suite latinoamericana y el Homenaje a Silvestre Revueltas, su primer maestro.

Hijo del destacado compositor y pedagogo Alfonso de Elías, Manuel de Elías (1939) se formó a lado de su padre y después estudió música electrónica y concreta con Jean Etienne Marie y Karlheinz Stockhausen. Como director de orquesta ha sido titular de la Sinfónica de Veracruz y de la Filarmónica de Jalisco, entre otras. El Poema para cuerdas está escrito dentro de la línea del coral polifónico. Otras obras son Miniaturas para cuarteto de alientos, Sonata breve para piano y Cartas de primavera para cuerdas.

Joaquín Gutiérrez Heras (1927) es caso singular. Iniciado en estudios de  arquitectura, es tardía su llegada a la composición. No tiene conexión con ninguna escuela musical y por ello usa un lenguaje muy propio. Ha compuesto música para más de veinticinco películas. El Postludio para orquesta de cámara, obra de muy sencillos pero eficaces recursos, contiene materiales de partituras que el autor desarrolló después. Otras obras son Divertimento para piano y orquesta, Ludus autumni, Los Cazadores y entre su música de cine, Pax, Remedios Varo y Pedro Páramo.

Poema de Neruda se inspiró en los versos que comienzan “Me gustas cuando callas”, que pertenecen a los Veinte poemas de amor y una canción desesperada del autor chileno. Fue escrito para coro a cuatro voces y después transformado en obra de cámara.  Blas Galindo (1910-1993) formó parte del grupo nacionalista y cobró fama mundial por sus Sones de mariachi. Galindo fue director del Conservatorio Nacional de Música. Otras obras suyas son Arroyos, Nocturno, el Concierto para piano y orquesta y El Zanate.

Se reconoce a Leonardo Velázquez (1935) como continuador de la escuela de Galindo y Moncayo, pero lo cierto es que se trata de un compositor abierto a todas las tendencias, cuyas obras siguen caminos muy diversos, incluyendo el serial y el aleatorio. Adagio y Scherzo y Sinfonía Menestral para orquesta de cuerdas están entre sus más conscientes búsquedas, pero al mismo tiempo entre sus mejores logros. Otras obras: Egloga para faulta y arpa; suite El brazo fuerte;   Abalorios para caureto de cuerda; Micropiezas para piano.

Miguel Bernal Jiménez (1910-1956) representa la disidencia en las corrientes musicales.  Hizo importantes descubrimientos de música colonial. Cercano a la liturgia católica, compuso muchas obras de órgano para la catedral de Morelia, aparte de su Sonata de Navidad. En el Cuarteto Virreinal utiliza temas de antiguas rondas infantiles que han llegado a nuestros días. Representativas obras suyas son la ópera Tata Vasco, el poema sinfónico MéxicoTres cartas de México y el Concertino para órgano y orquesta.

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